¿Vivo en soledad? Vivo inmerso en el llamado de mis semejantes, un todo articulado que es mapa, constelación, ideograma. Un complejo sistema de tipos de ladridos y sus modulaciones, de timbres de voz e intensidades de aullidos, de distancias trazadas por su volumen y el eco a través del aire. Un complejo sistema de pistas visuales que recolecto: excremento, huellas, bolas de pelo, las excavaciones en un campo de tierra, los arañazos sobre el tronco de un árbol, rejas y puertas vencidas, bolsas de basura rotas. Un complejo sistema de rutas escritas y reescritas a través de los aromas de nuestros fluidos: invitaciones, advertencias, repudios. Nos rastreamos unos a otros y cada encuentro puede ser armonioso o ríspido. Nos olfateamos, nos lamemos y tocamos, o directamente anteponemos la voz y mostramos los dientes. Un desencuentro provoca un gran alarde, estos y aquellos, grandes o pequeños lanzan su queja. Es un hablar que nada resuelve, por donde sale vibrando nuestro miedo al otro y se dispersa. Luego queda cada quien plantado igualmente en su lugar. Alguno juzga que la suerte no está de su lado y huye. Nos habita la necesidad, la curiosidad y el asombro, el apego, las ganas de jugar, el miedo, el liderazgo, la cautela, el instinto de protección, el lamento, el recuerdo. Cuando dos o más atendemos a las mismas señales del llamado nos movemos en jauría. Y durante pocas horas por la madrugada el llamado reposa y nos entregamos, entrelazados así, al silencio y al sueño.
* Colaboración para el libro Callejeros, compilación, edición e ilustración por Griselda Villegas, agosto de 2019.