Scepanovic, Branimir. (2009). La boca llena de tierra. Ciudad de México: Sexto Piso.

Šćepanović , Branimir. (2009). La boca llena de tierra. Ciudad de México: Sexto Piso.

Para llegar a esta montaña de cumbre blanquísima tenemos que atravesar un monte solitario, luego, un bosque violáceo de picante aroma y una amplia meseta verde. Es posible que nos atraiga a Prekornika su noche con aire de confianza; y que de día nos ciegue el brillo del sol cuando pega de frente. Es el paisaje preparado por Branimir Šćepanović para su novela La boca llena de tierra, de 1974, publicada en español en 2009 por Sexto Piso.

Novela de persecución: la historia del perseguidor y el perseguido. Una carrera que se sostiene de principio a fin, se transforma en persecución tumultuaria. Novela de desahucio: el hombre que está condenado a muerte actúa para dar sentido a sus últimos días. Cada una de estas proposiciones sostiene una línea narrativa. Por un lado, la de un grupo de hombres, una pareja de cazadores, que acampa en el monte, entre el bosque y el río, a finales del verano, como cada año. Por otro lado, está la historia de un hombre, un viajero, que desde la ciudad de Belgrado regresa a su Montenegro natal.


 

Aunque fragmentaria, la narración es lineal; y aunque no tiene saltos de tiempo, está hecha desde un doble punto de vista: partida únicamente para intercalar pasajes contados desde dos perspectivas diferentes (la de la persecución, la de la huida), que ocurren de manera simultánea o sucesivamente, de tal modo que conforme avanza la acción nosotros tenemos, a cada momento, dos caras de una misma moneda.

Antes de que ambas historias se crucen definitivamente, encontramos en el texto una huella, también un presagio; es el acontecimiento que nos permite confirmar la simultaneidad entre las dos líneas narrativas y, también, de manera imposible, la forma en que el tiempo tiene en cada una de ellas un sentido muy diferente.

Después de bajarse inesperadamente del tren que se dirigía a Montenegro, atraído por “la oscuridad y la “naturaleza salvaje” del bosque y ya en franca escapatoria del mundo humano, el viajero observa una estrella fugaz, “un haz luminoso que cortó el cielo y de inmediato desapareció”; mientras, a varios kilómetros de ahí los cazadores, desde su tienda de acampar, observan la misma estrella como “un ave extraviada” que caía “con lentitud e indecisión”. Para los cazadores, la estrella era una luz que al alcanzarlos los sumiría en el sueño; para el viajero, el recordatorio de algo que “había perdido o que ya no podía recordar”.

Al amanecer, viajero y cazadores se encuentran. Se suscita entonces, de pronto y de la nada, el acto que da lugar a la anécdota, que estuvo a punto de no pasar: “sentimos tanta indiferencia hacia él que probablemente lo habríamos olvidado para siempre si en ese momento nos hubiéramos dado la vuelta hacia otro lado”, relata uno de los cazadores, hablando siempre por los dos. Esta, entonces, es la historia de una posibilidad mínima que sí se cumplió.

El viajero, que se había bajado del tren por no tolerar más la compañía de otros hombres y mujeres, por una necesidad vital de encontrarse sólo, convencido de desear únicamente morir “en silencio, en un páramo, como un animal indefenso”, al verse frente a estos dos hombres decide girarse sobre sí mismo y alejarse. Este ademán resulta del todo incomprensible para los cazadores que, por costumbre, esperarían que la persona saludara y se acercara a pasar un tiempo con ellos. Y así, sin entenderlo, sin tener posibilidades de hacerlo, optan por interpretar este ademán como un sinsentido, lo cual los llevaría, minutos después, a seguir a ese hombre, determinados a interrogarlo, a pedir una explicación.

De pronto, asaltados por una fuerte tentación, los dos nos echamos a correr tras él. Lo hicimos realmente de improviso, pero a la vez, como por un acuerdo tácito. En ese acto nuestro, a primera vista, extraño, no había otro motivo salvo el deseo de hacerle saber que era estúpido y vano que huyera de nosotros, si podía, en caso de tener algún problema, pedirnos ayuda… nuestras intenciones eran honestas… queríamos tranquilizar nuestra conciencia, porque no nos agradaba para nada la idea de que nosotros dos, aun sin querer, ocasionáramos que se comportara de una manera tan poco digna.

Dos voces organizan el relato: la de un narrador omnisciente que nos cuenta la historia en tercera persona, desde la perspectiva del viajero, no tanto con distancia como con una proclividad a alcanzar lo más hondo de su pensamiento, y la de uno de los cazadores que, en primera persona, plural, habla siempre por él y su compañero (a quién sólo escuchamos de viva voz en un par de ocasiones, las suficientes como para confirmar que realmente sí había cierta sintonía entre ambos cazadores). En lugar de un yo, un nosotros es quien persigue al viajero desahuciado. Y ese nosotros, plural de principio a fin en la novela, pasará de ser conformado por una pareja, a llegar a ser una verdadera colectividad, conforme otros se agregan a la persecución. Nos preguntamos por qué el cazador no cuenta su parte de la historia desde una primera persona singular: es que se necesita más de uno para actuar en masa. Actuar en masa es lo que explica el comportamiento de estos perseguidores.

Es por la intensidad y la duración de esta carrera, que las motivaciones necesitan ser expuestas, desde luego son motivos que surgen de las premisas que ya hablamos: En el viajero, su disposición a enfrentar la muerte, su determinación a decidir las condiciones en las cuales va a morir, la alternativa del suicidio,[1] lo llevan a aventajar siempre a sus perseguidores, sin importar el cansancio y el dolor de la carrera (a partir de un punto, corre descalzo), para evitar caer en la tentación de desistir de su proyecto o, bien, morir en manos de aquel grupo enfurecido. En la segunda parte del relato, vemos que esta determinación a morir se convierte en una determinación a vivir, los últimos días que le quedan, de la mejor manera posible; pero está convencido de que si se deja alcanzar por sus perseguidores, moriría en manos de ellos. En cuanto a los cazadores, el afán de continuar la carrera evoluciona también a lo largo del texto: primero buscan evitarle a la persona el ridículo, después consideran si aquel hombre huye de algún crimen que cometió, o bien, va en busca de algo demasiado bueno. En última instancia, el hecho de que aquel hombre, al no detenerse, alimente su curiosidad les hace defender su derecho a satisfacerla. Podemos trazar, por medio de marcas aquí o allá en la narración, los motivos, siempre un razonamiento, siempre a la búsqueda de explicaciones, la necesidad de comprender y dar sentido. En cada uno de los personajes una voz, un discurrir, un verbo da cierto impulso, pero es un impulso corto, fulminante, que no explica del todo lo largo de la carrera. Necesita ser constantemente renovado, y de tal manera evoluciona. De la misma manera, desde mi punto de vista, aquellos marcadores animan al lector a seguir adelante con la historia, porque también crean ciertas expectativas, aunque muy pocas; por lo menos mantienen abierta la posibilidad de un final inesperado, gracias al constante cambio de las motivaciones, y también de las circunstancias: conforme la carrera supera el monte, se adentra por el bosque, sigue por la pradera y se dirige a la cumbre de la montaña. Sin embargo, estos razonamientos no explican del todo lo que nos anima a seguir leyendo, así como también podría decirse que no explican cabalmente todo el recorrido que los personajes hacen. No son sus razones las que nos seducen ni las que embargan a los personajes. Hay otra cosa: el entorno. El paisaje los atrae, el “reverberante bosque morado” nos atrae y envuelve el relato. “Hacia el norte serpenteaba el hilo morado de un bosque, y totalmente abajo, del lado opuesto de la ondulante pendiente azulada, se divisaba el accidentado cauce de un río. Estábamos entre el río y el bosque…” Casi a la mitad del relato aparece el blanco pico de Prekornica[2] (“como de entre la bruma”) prometiéndonos un final elevado, cercano a las estrellas: la expectativa de volver a perdernos en la noche glacial y luminosa, la promesa de llevarnos también nosotros a la cima, un nuevo punto de vista desde donde contemplar el relato, la fracción de mundo que es este relato de Šćepanović. Por otro lado, en toda esta carrera hay una conquista del territorio: “… lo seguíamos con tenacidad por el ancho y ondulante rastro de helechos susurrantes, color amarillo oscuro, que en algunas partes llegaban hasta nuestros hombros y nos salpicaban las caras con las fragantes gotitas transparentes del rocío matutino…”. Los cazadores se acercaban “agitando sus brazos con fuerza entre los altos helechos como si los estuviera segando o nadando entre ellos…”. El pastor presumía de que “conocía cada tronco hueco, cada pequeña cueva, cada liquen de ese bosque… podía detectar a un búho o un zorro” y juntos, cazadores y pastor “escudriñábamos los húmedos hoyos, las espesas copas de las hayas, y la maleza alta que crecía entre los secos tocones, “íbamos reconociendo los olores de resina, yesca, hojas podridas y musgo”. Otro más de los que se unió a la carrera, el guardabosques, “… con los ojos cerrados trataba de distinguir entre el callado y misterioso zumbido de los árboles, cuyas copas majestuosas se agitaban inexplicablemente a pesar de la total ausencia de viento, y de captar algún ruido u olor que nos ayudase a rastrear a aquel hombre…”. Cada uno de los hombres en la persecución presumía sus habilidades, su dominio sobre aquel territorio, a pesar de que éste no siempre cedía:

…padecimos las espinas, los abrojos y las ortigas, cayendo en los hormigueros y cañadas invadidas por los altos helechos. Las ramas bajas nos azotaban los ojos y las abejas nos picaban. Estábamos rasguñados, mojados de la hierba y sucios de tierra y por todo eso, por su puesto, enfurecidos con ese hijo de perra…

También el lenguaje participa de esa conquista, el lenguaje que al nombrar crea el territorio. Šćepanović describe “pájaros color ceniza, salpicados de motitas negras que a cada rato, cual piedras quemadas arrojadas, sobrevolaban su cabeza y desaparecían como humo en la altura rosada”, y nos habla de la “hierba crecida”, “tupida hierba, aún húmeda del rocío matutino”. Dos revelaciones que se producen, una a mitad del texto y la otra en la última parte, aseguran el vuelco de la historia que nos llevará al prometido final inesperado. Con el primero nos damos cuenta de que aquel viajero es un científico que conoce de botánica. A lo largo de su carrera, a partir de que empieza a reconocer aquella vegetación y pensar en sus nombres, va intuyendo que entre todas esas hierbas y la mezcla de ellas, podría encontrar remedio al cáncer que le diagnosticaron. Es así que se nos presenta la maravillosa y climática escena en que el viajero empieza a tomar hojas, tallos y cortezas de todas las plantas, las devora sintiendo su veneno, de tal manera que, hacia el final del relato termina, además de “con el rostro amarillo por el polen” y los pies ensangrentados, con la boca llena de tierra, por todo aquello que recogió y consumió. La otra revelación proviene del recuerdo de un acontecimiento familiar: la historia del abuelo Joksim, que a la edad de 93 años empezó una segunda vida, después de que sus parientes casi lo entierran, creyéndolo muerto. Y piensa que el odio que sintió por todos aquellos que llegaron a velarlo, fue lo que lo mantuvo vivo durante el tiempo suficiente como para ver morir y enterrar a cada uno de ellos. El viajero llega a pensar que la historia de su abuelo se repetirá con él: justo cuando todo mundo, una multitud, lo persigue, se hace valer también de su odio para continuar la carrera, escapar y cumplir con su objetivo, ahora, de vivir. Pero la historia de Joksim, más que repetirse, había quedado inconclusa y llegaba, para contradicción de nuestro viajero valiente, la hora de cerrar el círculo. Hay ciertos indicios de la historia que nos llevan a concluir que, no obstante la voluntad de los hombres, otras fuerzas imperaban en aquella carrera. Esto lo razonaban los cazadores, para quienes el viajero que huía muchas veces les pareció irreal y, en algunos momentos, un santo. Reconocían que el bosque estaba de su lado, que su calma, su ruido de pájaros invisible, era una manifestación de conformidad por haber salvaguardado a aquel perseguido:

… al final logró perdérsenos en ese bosque que, en la titilante luz vespertina de agosto, resonaba de los coros cantarines de aves y de sinfín de sonidos misteriosos, como si de esa manera mostrara su regocijo por haber podido proporcionarle a ese hombre el refugio o tal vez, incluso la salvación.

Había, en todo, un llamado del bosque, de la montaña. Una huida cuyo comienzo estaba en la infancia. Quizá la historia de un obsesión que, de manera inconsciente, fue determinando la historia del viajero, no desde el punto de partida del relato, sino de tiempo atrás:

Dando vueltas en ese círculo encantado de oscuridad y silencio, le pareció que por todas partes lo rodeaba el mismo bosque fantasmal al que antaño, una noche solitaria de su infancia, había huido del pastizal veraniego de Prekornika, y aunque ya no recordaba si en ese entonces había sido culpable de algo o tan sólo creía serlo… recordaba bien que esa noche lejana sintió más miedo de la gente que de los lobos… se quedó hasta el amanecer fijado en el pico más alto, el pico blanco de Prekornica, fascinado por la idea de que ahí, bajo la mismísima tapa de la bóveda celestial resplandeciente, buscara la seguridad y se liberara de su miedo. Pensando ahora en eso, ese pico blanco e irreal surgió de repente, como de la niebla, ante sus ojos y enseguida le confirmó su sensación de antes, la de seguir en aquel bosque gélido de su infancia.

La boca llena de tierra parte de propuestas como la huida, la confrontación a la muerte, la reacción colectiva frente a la determinación individual, la exigencia social de comportamiento explícito y “normal”, etc. Pero su mayor conquista, sin duda, es la del territorio, que es a la vez el elemento que con mayor fuerza nos seduce e involucra. Este aspecto concreto, fijo, duradero, lo orgánico, la vegetación, que crece, entorpece el paso, sujeta nuestros pies en la carrera, soporta todas las abstracciones cambiantes, las emociones, los motivos, las intenciones, la razón; da a la novela su mayor peso.


 

[1] La idea del suicidio, es el recuerdo de una idea de suicidio que tuvo durante la infancia (colgarse de un árbol o  lanzarse a algún precipicio “que desde siembre lo estuvo esperando con su oscuridad y vacío abiertos de par en par”.

[2] Prekornika aparece por primera vez como una evocación: “Mientras estaba de pie, cansado y jadeante en el amanecer, podía divisar en lontananza un bosque oscuro y, aún más lejos, los picos dentados de una montaña en todo parecidos a los de Prekornika, en la que una noche solitaria de hacía mucho tiempo atrás, unas tres décadas atrás, por primera vez pensó en la muerte como en una especie de salvación”.